como bolitas de interacción
La teoría de que la realidad no existe, sino que es inventada por los seres que habitan en el mundo que la causa, es a mi gusto la princesa de las teorías. Fenómenos sociales que generan contextos sociales y de ahí las convenciones y las supuestas realidades, que son unas pero podrían ser otras. Interpretación, subjetividad y nada de obviedades: no hay esencias sino productos.
Pongamos, en este caso, que la realidad, cualquiera sea su naturaleza, sí existe y lo hace independientemente de lo que nosotros, ajenos a ella, podemos conocer. Conocer supone un estado de equilibrio que se perturba por la actividad de algo nuevo que se impone, y una vez incorporado, se vuelve a ese estado, pero reconstruído. El desequilibrio, creo yo, siempre es enriquecedor a largo o corto plazo.
Hay un sujeto que se llama Agustina y soy yo y hay un objeto que sos vos y tiene tu nombre. Ocupamos el mismo tiempo y el mismo espacio; las categorías de lo real nos tienen dentro de lo que somos posibles de conocer. Entonces, yo sujeto, recorto una zona de la realidad y la hago cognoscible. Esa zona sos vos, mi objeto de conocimiento, y tenés la capacidad de serlo sólo por la significación que yo te atribuí. Quiero conocerte. La observación pura no es una buena opción: la realidad no puede conocerse a través de la experiencia directa; no hay lecturas objetivas de la realidad. Te conozco por ejercer algún tipo de intencionalidad sobre vos y la acción se vuelve transformadora: te asimilo a mis estructuras y te modifico, y en ese mismo acto, también me modifico al acomodarse mis estructuras a vos. Estamos integrados y tenemos una relación absolutamente dialéctica. Interactuamos; entonces, ya no somos los mismos. Ahora te conozco y de algún modo vos también me conocés y nuestra realidad, si es que existe, ya es diferente.
Pero, por favor, pongamos que la realidad existe.
No me toques los cojones
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