Miro una fotografía que tengo guardada desde hace un año atrás. Huelo el otoño. Viajo a un parque lleno de nada, de todo, de gente y de sueños. Me dan ganas de tomarme un té o dormitar en el aire con música clásica. De escuchar un concierto de achís de algún resfriado y el crunch de las hojitas cuando se parten. Recuerdo el peso en mis hombros de la manta arropándome algún domingo en el Parque Centenario, recuerdo la feria y el ruido de los artesanos y los pasantes, recuerdo el camino de piedras donde tantas veces reí a carcajadas o lloré como una tonta. Siento la brisa helada de la seis de la tarde como si estuviera ahora golpeándome el rostro, siento el mate calentándome las manos, el abrazo de despedida, "chicas, nos vemos mañana en el colegio" y la pateada de cada una hacia su regreso.
Dice una canción que escuchaba antes, mucho, que a veces las dudas nos tapan el sol como nubes de otoño. Pensaba en mis dudas otoñales, con mucho más cuerpo que cualquier otra duda: se me hacen carne, se vuelven existencialismo. Pienso en las miles de vueltas a casa, en los miedos, en el destino. En esa luz en el aire y las sombra en el alma, que hacen de mis otoños un mundo feliz y vacío.
tiene algo, no se que, que me da ganar de releerlo varias veces.
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